Leer | HECHOS
9.1-20
A muchos
cristianos no les gusta arriesgarse, y por eso reúnen la mayor cantidad de
datos posibles y analizan las opciones antes de tomar cualquier decisión.
Tenemos la tendencia a calificar los riesgos de “indeseables”, porque pueden
terminar causándonos pérdidas y angustias; tememos los resultados no deseados,
o a no alcanzar nuestros sueños. Tememos parecer tontos o incompetentes,
incurrir en problemas financieros o enfrentar algún peligro físico. Desde el
punto de vista humano, eliminar la incertidumbre tiene sentido.
Pero ¿qué
piensa Dios? ¿Hay ocasiones en las que los cristianos deben aceptar riesgos? La
respuesta es un “sí” rotundo, cuando es Él quien nos pide que dejemos nuestra
agradable rutina. Desde el punto de vista del Señor, no hay ninguna
incertidumbre, porque Él tiene el control de todas las cosas, y nunca dejará de
llevar a cabo su buen propósito (Ef 1.11).
La Biblia nos
cuenta de personas que aceptaron riesgos para obedecer al Señor. Una fue
Ananías, a quien el Señor envió para ministrar al recién convertido Saulo.
Ananías arriesgó su vida para obedecer. Otra fue Pablo, a quien se le dijo que
predicara a los judíos el mismo evangelio al que él se había opuesto con tanta
violencia. Al concentrarse en Dios, en su carácter y en sus promesas, ambos
hombres obedecieron, pese a la incertidumbre, la duda y el temor.
La
madurez espiritual es obstaculizada cuando el cristiano rehúsa obedecer a Dios.
A veces, eso implica dejar lo que es seguro o habitual. ¿Qué riesgo le está
llamando el Señor que acepte? Él jamás le fallará. Dé un paso de obediencia, y
observe lo que Él hace para que su fe crezca más.
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