"Procura venir pronto a verme, porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica. Crescente fue a Galacia, y Tito a Dalmacia.
La
independencia es una cualidad muy apreciada en nuestra cultura, pero
bíblicamente no es una buena meta. En ninguna parte de la Biblia encontrará
usted la cita errónea: “Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos”. El mismo
hecho de que el Señor constituyó a la iglesia —una comunidad de creyentes— debe decirnos que Él no
creó a las personas para que vivan aisladas.
Cuando
ponemos nuestra fe en Jesucristo, el Espíritu Santo mora en nosotros para que
podamos tener una relación gozosa con el Señor y compañerismo unos con otros.
En el plan de Dios, una amistad bíblica, estrecha y fiel entre dos creyentes
sirve para edificarlos mutuamente a semejanza de Cristo. Miremos a cualquiera
de los santos de las Sagrada Escrituras, y encontraremos evidencias de la dependencia
de un buen amigo que le sirvió de apoyo. Pablo, en particular, hablaba con toda
confianza y a menudo de sus queridos amigos, y animaba a otros a tener también
buenas amistades (2 Ti 2.22).
Es
interesante el hecho de que nuestra cultura parece dirigirse en la dirección
contraria. Cuando más se aleja nuestra nación de Dios, más generalizada se
vuelve nuestra actitud de autosuficiencia. Los vecinos se tratan entre sí con
desconfianza, y esa actitud también ha invadido a la iglesia. Nos hemos vuelto
renuentes en dar a otros, lo que, a su vez, nos hace renuentes a recibir.
La
Biblia nos dice que nos amenos unos a otros, que compartamos las cargas de
nuestros hermanos, y que nos confesemos nuestras ofensas mutuamente (Jn 13.34;
Gá 6.2; Stg 5.16). Así es como los miembros de la iglesia pueden estimularse
unos a otros para ser más semejantes a Cristo.
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