jueves, 16 de agosto de 2012

¿Qué es predicar el Evangelio?


"Porque si anuncio el evangelio, no tengo de qué jactarme, porque me es impuesta necesidad; pues ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!" --- 1 Corintios 9:16 (RVA)

Pablo tenia un profundo e ineludible llamado a predicar el Evangelio. Si examinamos su vida vemos como este apóstol respondió a este llamado de una manera notable. Desde el mismo instante que supo que debía ir lejos a los gentiles y anunciar esta verdad (Hechos 22:21), puso todo su corazón, fuerza y voluntad en esta tarea.

En la primera carta a los Corintios, Pablo nos muestra la naturaleza de su llamado: "Porque si anuncio el evangelio, no tengo de qué jactarme, porque me es impuesta necesidad; pues ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!" --- 1 Corintios 9:16 (RVA)

Creo profundamente que estas palabras son aplicables a muchos cristianos en nuestros días; a todos aquellos que tienen un llamado especial, que son guiados por el Espíritu Santo a ocupar la función de ministros del Evangelio. Tal vez en tu interior has tenido esa necesidad de predicar el evangelio en algún momento y no has sabido como hacerlo. Entonces, este estudio te puede servir de gran ayuda.

Primeramente respondamos la siguiente pregunta; ¿Qué es predicar el Evangelio?

Probablemente a esta pregunta pueden haber muchas respuestas, y de seguro no encontraremos una respuesta lo suficientemente amplia que nos deje conforme a todos, por lo que en este estudio y con la ayuda de Dios propondremos tres respuestas.

1.         ¿Qué es predicar el Evangelio?  La primera respuesta que daremos a la pregunta es ésta: Predicar el Evangelio es exponer cada doctrina (cada enseñanza)  contenida en la Palabra de Dios, y dar a cada verdad su propia importancia. La palabra de Dios no es una sola doctrina (una sola creencia), si solo decimos “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”, estaremos diciendo una verdad, pero la Palabra de Dios también dice “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará”. No puede afirmarse que un hombre predica el Evangelio completo de Dios, si hace a un lado, a sabiendas e intencionalmente, una sola verdad de nuestro bendito Dios. ¿Podemos hablar de la condenación y hacer a un lado la salvación? Ciertamente no podemos. Sabemos que toda, toda, toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. Cada uno de nosotros, que tenemos el llamado de ir por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura, debe buscar predicar toda la verdad. Sé que puede resultar imposible tratar de decir toda la verdad ya que necesitaríamos toda la eternidad para conocerla, pero podemos alcanzar una estrella del firmamento a la vez sin evitar alguna enseñanza que pueda resultar incomoda. El verdadero Evangelio no es libre de calorías. Entonces, sobre cualquier cosa que deba predicarse -llámenla con el nombre que quieran-, la norma del verdadero cristiano es la Biblia, toda la Biblia y nada más que la Biblia.





2.         ¿Qué es predicar el Evangelio?: La segunda respuesta que daremos a esta pregunta es exaltar a Jesucristo. Tal vez ésta sea la mejor respuesta que podamos ofrecer. Muchos cristianos enfrentados a dar consuelo a algún pecador convencido le dicen cosas como: “debes leer la Biblia” o “debes orar” o “debes ir a la iglesia” y que son todas estas cosas sino obras, obras, obras. En vez de decirles “por gracia sois salvos por medio de la fe en Jesucristo”. No estamos hablando de menospreciar la oración o leer la Biblia y menos aun de ir a la iglesia, pero la Palabra de Dios no dice en ninguna parte “ora y serás salvo” o “lee la Biblia y serás salvo” y menos aun “ve al templo y serás salvo”, en cambio dice que el que cree en Jesús, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado. Predicar que solo la fe en Cristo salvará al hombre de la ira de Dios es predicar la verdad del Evangelio. Ahora bien, esta puede ser la parte más difícil de predicar el Evangelio de Dios. Tenemos tan profundo en nuestro cerebro el concepto de la recompensa por nuestro trabajo que nos resulta casi imposible creer que tenemos completa justificación de nuestros pecados por medio de la fe, y si llegamos a creerlo, luego nos cuesta muchísimo explicarlo a otras personas. Sin embargo debemos entender que nuestra labor es exaltar a Jesucristo y su muerte expiatoria en el Calvario por los pecados de la humanidad y como ello nos libró a nosotros de la condenación eterna. Debemos en pocas palabras ser capaces de anunciar ¡Miradlo a él, y sed salvos, todos los pueblos de la tierra!, lo demás es trabajo del Espíritu Santo.



3.       ¿Qué es predicar el Evangelio?: La tercera respuesta que daremos a esta pregunta es predicar a la gente. Predicar el Evangelio no consiste en hablar sobre lo que el Evangelio es, sino en predicarlo al corazón, no por medio de tu propio poder, sino bajo la influencia del Espíritu Santo. No es predicar como si nosotros viviéramos en las nubes tocando un arpa, sino hablar de hombre a hombre y derramar nuestro corazón en el corazón del compañero. Esto creemos es predicar el Evangelio. Predicar el Evangelio es proclamar con sonidos de trompeta y un corazón ardiente las inescrutables riquezas de Cristo Jesús, para que los hombres puedan oír, y entendiendo, puedan volverse a Dios con todo su corazón. Esto es predicar el Evangelio.

Otros puntos interesantes de analizar es lo que Pablo dice respecto de que no le es permitido jactarse de predicar el evangelio y la obligación que sentía de hacerlo.

En lo referente a jactarse de anunciar el evangelio. Hay una maleza que puede crecer en cualquier parte, y esa maleza se llama ORGULLO. El orgullo puede crecer tanto en una roca como en la tierra y puede haber orgullo en el corazón de un lustrabotas como en el del gerente de una compañía. Y ciertamente puede crecer orgullo en el corazón de un ministro de la Palabra. La tentación al orgullo puede ser una de las más sutiles que debe enfrentar permanentemente el hombre de Dios, pero Pablo sabia muy bien de este peligro y también sabia que todo don perfecto viene de Dios por cuanto dice “no tengo de que jactarme”. Una cosa que nunca debemos olvidar son nuestras propias imperfecciones y debilidades y un verdadero cristiano debe ser aun mas consientes de ellas. Sabemos que en nuestra debilidad el poder de Dios se perfecciona, por lo que (aunque estemos firmes) nunca debemos dejar de orar en todo momento para cuidarnos de no caer. De gracias al Señor y bendiga su nombre por todo lo que él en su infinita sabiduría le ha dado.

En lo referente a la obligación que Pablo sentía de anunciar el evangelio. En el caso de Pablo sabemos la forma en que personalmente fue llamado por el Señor Jesucristo a predicar el evangelio. Con ese llamado ¿alguien podría negarse?, ¿existe en la tierra poder que pueda cerrar la boca de un hombre llamado por Dios a predicar su evangelio? No lo creemos. Un hombre que tiene en su corazón el fuego del Espíritu Santo y ha sido llamado a predicar, no puede dejar de hacerlo. Será como un fuego que llene su corazón y necesite sacar hacia afuera desesperadamente.

El hombre que ha sido guiado por el cielo no puede ser detenido por nadie. Ha sido tocado por Dios y nadie le impedirá predicar. Volará como las águilas y nadie podrá encadenarlo a la tierra. Hablará con la voz de un serafín y nadie podrá cerrar su boca. Dirá ¿No es su palabra como un fuego dentro de mí? ¿Debo de callar cuando Dios ha colocado su Palabra en mí? Y cuando un hombre habla de conformidad con lo que el Espíritu le da a hablar, siente un gozo tan grande; y cuando termina desea volver a su trabajo de nuevo y ansía estar predicando nuevamente.

Creemos que los jóvenes cristianos que predican la Palabra de Dios una vez a la semana (y probablemente el domingo en la iglesia), no han escuchado cuando el Señor dijo “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”, si fuera así, probablemente seria impulsado permanentemente a predicar y sentiría en lo más profundo de su corazón este llamado.

En mi caso ¡hay de mí si no lo hago!

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